Darío Canton | Escritor & Poeta
PUBLICACIONES | Literatura | De la misma llama - Nue-Car-Bue (1928-1960)

El secretario de actas

Diario de Poesía N° 78 | junio a octubre de 2009, p. 37 y 40
Osvaldo Aguirre

Darío Canton, De la misma llama. Tomo VI: Nue-Car-Bue. De hijo a padre (1928-1960). Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2008.

En la introducción del tomo sexto de De la misma llama, a propósito de las repercusiones de un volumen anterior de la serie y de las posibles deformaciones de los recuerdos, Darío Canton se refiere a sí mismo en estos términos: "Se me puede considerar un buen secretario de actas, alguien que sin ser taquígrafo ni recurrir a un grabador, da cuenta en forma razonablemente adecuada de lo que sucedió y se dijo en alguna ocasión". La afirmación no es caprichosa, más allá de que se refiera a un hecho puntual, las reacciones de personas aludidas en el relato de una terapia de grupo. Según su autobiografía, Darío Canton ha ejercido con frecuencia ese oficio de secretario. En 1949, por ejemplo y según cuenta en este libro, fue electo secretario de notas en el Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras; más tarde fue secretario de prensa de la universidad; luego, secretario privado del rector Risieri Frondizi. Y al margen de estos datos, Canton ha tendido a dejar las cosas por escrito, prácticamente desde que aprendió a escribir; nació y se crió en un hogar que, más que favorecer su desarrollo intelectual, alentó específicamente su desarrollo como escritor y su particular ejercicio de la literatura.

El secretario de actas es el que toma nota y también el que valida un suceso son su relato. Las actas tienen un carácter testimonial, legal. Sin embargo, el suceso que refieren las actas de De la misma llama conciernen, ante todo, al propio Canton; la saga es "la autobiografía intelectual de quien soñó ser escritor"; el material reunido en el sexto volumen -poemas, cuentos, borradores, los escritos iniciales- son "testimonios del que fui" y la documentación gráfica aporta "materiales que complementan y ubican la narración, a modo de pinceladas sobre el medio en el que se desenvuelve la vida de la que se habla".

Los escritos de los comienzos "se reproducen tal cual –anuncia Canton-, respetando al que era, en más de un caso extraño o no del todo comprensible para el yo que ahora escribe". Además de la producción propia, hay sueltos de diarios, escrituras legales (sucesiones, entregas de animales, marcas de ganado, herencias, mensuras, convenios, contratos, un expediente judicial), un diario de viaje de la madre (con la noticia de que "Darío ha perdido en Río su primer diente pero está contento pues los ratones brasileños le han dejado unas grandes monedas"), recetas de cocina, cuadros comparativos (la composición familiar y sus cambios, la evolución de los ingresos), investigaciones genealógicas, textos de revistas y fragmentos de otros libros, las lecturas que hacía Canton en distintos momentos de su vida.

La documentación gráfica muestra el mismo criterio de edición, la reproducción tal cual. Son fotos familiares, de objetos y lugares, cartas, postales, recortes de diarios, mapas, planos, recibos y reproducciones diversas (del primer cuaderno escolar, del primer libro de lectura, de álbumes, de documentos personales, etcétera). Los epígrafes sitúan las imágenes y agregan circunstancias insignificantes respecto del propósito declarado pero que constituyen actos puros de memoria: "la abuela siempre me convidaba con tortitas negras"; "ese día, manejando sin mucha destreza el cuchillo, no sé para qué, me hice un pequeño corte en el dedo"; "competíamos con mi primo, palmeta en mano, por ver quién mataba más (moscas)"; en una foto alguien oculta un dedo porque "tenía la uña sucia y temió que la fotografía lo denunciara". El maremagnum de documentos y fotografías se corresponde con aquella misma decisión de dar cuenta "en forma razonablemente adecuada de lo que sucedió y se dijo en alguna ocasión", pero tienen un plus respecto de la escritura desde que están protegidos de las deformaciones del recuerdo: "Me alegra –dice Canton-… haber podido incluir muestras de qué, cómo y en ocasiones con qué letra escribían –el equivalente de dejar que hablen con sus voces-, algunos de los míos". La inclusión de los documentos, la pretensión de ser lo más exacto posible en las referencias no responde a un simple afán de exhaustividad; más bien tiene que ver con el punto de vista sobre las cosas y sobre la propia historia, y también sobre la poesía, que "sólo puede ser tal –reflexiona Canton ya en los años 50- si parte de cosas concretas, de apoyos desde lo que se remonte a las sugestiones que ellos mismos y sus asociaciones evoquen"

El último tomo de la saga da cuenta del período inicial de esa vida, entre 1928 y 1960, a través de nueve capítulos y una serie de ocho escenas relacionadas con la sexualidad y caracterizadas por los equívocos y los malos entendidos. La escena más importante parece ser la primera, uno de los recuerdos más antiguos: el gesto de introducir el índice derecho en un círculo formado por el pulgar y el índice izquierdo, observado en la calle. Lo determinante no es el gesto en sí sino la inquietud que provoca y el silencio que encuentra el niño ante sus averiguaciones. Canton se fabrica entonces su propia interpretación. Lo que importa es que la escena revela dos rasgos característicos, "la curiosidad y el que necesitara encontrar –forzar, en este caso y en otros-, alguna explicación para mis interrogantes". La sexualidad, o más bien la abstención sexual y sus efectos, es uno de los temas dominantes en este período; es decir, un tema de escritura y un motivo de lecturas.

Canton arma su autobiografía desde su presente de escritor, aunque en un sentido siempre fue escritor y escritor de su vida. El presente reconoce sus marcas en la infancia remota, y entre ellas la economía familiar, descripta a través de cuadros, cifras y documentos, compone un relato que puede pasar inadvertido ante la espectacularidad de otros pasajes, como el relato de la terapia con Hernán Kesselman o la descripción de los primeros contactos con intelectuales, en Filosofía y Letras. La economía familiar está asociada a un estilo o un tempo, un modo característico de actuar y sobre todo de tratar con los objetos: "el vivir ahorrativo", la costumbre de preservar y estimar las cosas por su permanencia y sus transformaciones, contra el derroche y el consumo ostentoso y que sin duda es la clave de la extraordinaria documentación que muestra la saga y en particular el sexto volumen (con sus fotografías de monedas de 1774 y 1818, los objetos más antiguos que atesora la familia), un caudal acrecentado siguiendo a conciencia pautas que en los mayores parecían inconscientes (por ejemplo, siendo niño, luego adolescente, compraba y coleccionaba sus propias revistas, como hacía cada miembro de la familia; heredó libros de los hermanos, pero compró o recibió otros libros y les dio un orden propio: "Me hice una lista, forrándolos uno por uno y poniéndoles en el lomo una etiqueta con su número de identificación").

El plan original de esta obra preveía su terminación con el tomo VI pero Canton decidió anticipar su edición, "dar prioridad al período que me exigiría más trabajo, por las ilustraciones y las búsquedas que serían necesarias". El relato termina con su viaje a Estados Unidos, en 1960, después de sus primeros contactos importantes en el mundo literario, con Murena y Alberto Girri. De esa manera remite al primer tomo de la obra, Berkeley (1960-1963). Canton no concluye su relato, lo reabre.