Darío Canton | Escritor & Poeta
PUBLICACIONES | Literatura | De la misma llama - Nue-Car-Bue (1928-1960)

Darío Canton. De la misma llama

Nicolás Quiroga

En las últimas páginas de este libro, cuando alcanzamos el año 1960, Canton transcribe un poema de Corrupción de la naranja y allí está dicho: “papeles/para hacer un nombre”. Y ese podría ser un acápite para la presentación de Nue-Car-Bue, el tomo seis de las memorias de Darío Canton, porque como ya ha sido señalado, la notable diversidad e intensidad de los materiales presentados en el libro puede llevarnos rápidamente a pensar acerca de la colección, acerca del coleccionista. Acerca de un archivo de narradores distintos y alternos, de parientes, amigos, conocidos y citados, de distintos Darío Canton (el de la época, el que escribe, el que edita); una colección compuesta de recetas, fotos, álbumes, mapas, publicidades, etc. No es infrecuente leer o escuchar versiones de la fascinación por la colección, por el archivo, en entrevistas o reseñas o críticas de los tomos ya publicados de la autobiografía de Canton. Pero si bien el archivo y la colección son modos materialistas de tratar la experiencia (la poliglosia, lo dialógico, etc.) son también dos modulaciones cercanas a la historia anticuaria, disciplina que ya no veneramos. Había un método allí pero se me ocurre que no es el método Canton, por lo que esta lectura de Nue-Car-Bue debe comenzar por indicar que el poderoso influjo de los vastos papeles es una entrada que desistiremos de hacer: hay muchos tipos de traficantes de antigüedades pero Canton no encaja en ninguno de ellos.

Porque hay en los textos autobiográficos de Canton, como también ha sido indicado, una filosofía de la composición. Y comienza con una certeza, expresada de distintos modos en sus escritos: cuando alguien pacta con algunas preguntas, ese pacto es a perpetuidad. Se trata de una certeza inquietante porque a poco de pensarla advertimos que carga contra sí misma. En Canton esos interrogantes trabajan sobre el entre-lugar, sobre las transiciones. Así el modo de contraponer borradores y versiones finales de poemas intenta reponer el tiempo sellado de la producción de los sentidos de la obra. Busca liberar al poema del fetichismo de la creación, instalar su contingencia. También Corrupción de la naranja remite a especulaciones sobre los cambios (“¿cuándo algo dejó de ser lo que era?”, se pregunta el poeta). Y está la extensa autobiografía de Canton, y en ella este tomo, sobre los que ronda aquella idea de Luisa Passerini acerca de la posibilidad de inscribir en una biografía los cambios que el propio biógrafo padeció entre el comienzo de la investigación y el final de la misma. El acápite que en principio debió tratar sobre los muchos papeles, en este segundo momento, trata sobre un modo de mirar, y ese modo de mirar está ávido de un corpus notable de restos del pasado pero se asfixia entre las cosas porque su perspectiva interroga a esas fragmentos, a esos añicos, acerca de su variación, acerca de sus historias. La idea de colección propone un universo cerrado; el trabajo de Canton a partir de preguntas sobre las mutaciones, uno abierto. Distintos soportes y materiales abundan en este libro pero su enumeración no es, pienso, la mejor aproximación a esa economía de la transformación que consiste en atacar con preguntas los objetos de la historia anticuaria hasta volverlos contra sí, hasta apagar su monumental existencia. La carga que el autor asesta contra el principio de sola scriptura, contra la escritura de clausura se advierte en todos sus textos autobiográficos. En gran medida la correspondencia entre los lectores de Asemal y Canton (autor, editor, distribuidor de la revista) es también parte de ese pacto a perpetuidad porque importa menos el gesto sociológico de consultar a los lectores acerca de la lectura que la certeza de que el ciclo vital del poema no se clausura con la versión publicada del mismo.

Ese método Canton por momentos se viste con atuendos sociológicos, utiliza las artes de la digresión en las notas al pie, y el recurso de los posdatados, en fin, rebusca en las técnicas de las sociales. Pero como parte de preguntas que se obligan a sí mismas a la recursividad, hace de esos materiales oficiosos, instrumentos de una voz que apenas comenzamos a leer Nue-Car-Bue sabemos justa. Y entonces, además de un método, la lectura de la autobiografía de Canton cede una voz.

En algún lugar del libro, Cantón recuerda un acontecimiento hasta ese momento inédito, un hecho que lo predispuso a la escritura, a la narración sincera y luego de escribirlo dice sobre ese suceso: “Herida que sería como la justificación de este proyecto en el que estoy, la prueba de que me acerco a su fin, de que he alcanzado a escribir lo que jamás me había atrevido a repetir”, y esa voz que irrumpe en la escena recordada, que viene del entre-lugar, del año ’89 –momento de producción del texto– , entre el recuerdo de la infancia y el momento de la lectura, esa es la voz Canton. Una voz coloquial. Ha perdido lo ampuloso del que cree que tiene algo para decir. Y como fondo, en sordina o a contravoz están esas preguntas fáusticas , tal como habitan en la conversación de los compinches, en la de los animados.

El sedimento de las preguntas con las que Canton pactó a perpetuidad hace de su voz, una voz de búsqueda. Los períodos que recorre, marcados por su paso por distintas etapas de crecimiento (niñez, escuela primaria, secundaria, etc.), no sufren el apisonado que provocan las narrativas de autoridad. (Me refiero a modos de tramar el pasado del autobiógrafo que van desde poner en la vida pasada lo que sólo puede conocerse desde el presente hasta el de narrar sencillamente el mundo, la vida social, el pasado en toda su magnificencia colectiva pero sin mencionar el denso punto individual.)

Viajamos por distintas geografías de la región del hombre a través de la incertidumbre y la empatía, con esa voz que en lugar de responder los interrogantes del pasado, les cede un sentido. Pienso que no hay mejor forma de tratar con los archivos que la que ostenta un modo de lastimarlos o conjurarlos.

Nue-Car-Bue, entonces, no es depósito de baluartes de una trayectoria de vida, sino una poética de la transformación, un reservorio de preguntas, una conversación sostenida. Debería buscar en alguna variación del quijote un epígrafe para este texto, pero todavía no es tarde; aún no concluye De la misma llama, puedo esperar al próximo tomo para eso.