Darío Canton | Escritor & Poeta
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Darío Cantón y la lengua en la punta de la mesa

Emilio Jurado Naón
12 de octubre del 2019 | Revista Ñ

Darío Canton
Con humor y astucia verbal, Darío Canton hace de un objeto cotidiano la excusa para una invención desacartonada.

 

“Al principio fue la mesa”, podría comenzar el evangelio de un escritor materialista. Porque antes que el verbo; antes que el papel o la computadora donde transcribir el verbo; antes, en el sentido de lo previo pero sobre todo de lo anverso (atrás o debajo, como soporte del verbo escrito), siempre estuvo la mesa. Y la mesa, si se trata de Darío Canton y su “tratado poéti-lógico”, la mesa es el verbo: con todas las conjugaciones posibles en tiempo, persona, número y modo.

¿Qué es la mesa, ese libro fechado hace medio siglo, originalmente publicado por Siglo XXI sin la firma de su autor? En principio, y de manera general, se trata de un largo texto en verso, compuesto por dieciocho capítulos que abarcan, entre otras, la historia, etimología, psicología, hagiografía, patología, representación artística de la mesa a lo largo y ancho de la historia de la humanidad.

Aunque, como apunta Demian Paredes en el prólogo a esta reedición, la mesa tiene su origen en un sueño, anotado sobre la mesita de luz durante la noche y luego extendido por Canton mediante consecuentes consultas enciclopédicas, las “puertas” (con perdón de la traición mobiliaria) del texto están representadas por una cita del primer tomo de El capital, donde Marx toma a la mesa como ejemplo para hablar de la mercancía, que “en cuanto cosa sensible, es a la vez suprasensible, la mesa ya no se limita a estar parada en el suelo sobre sus patas, sino que se pone frente a todas las otras mercancías cabeza abajo y de su cabeza de madera brotan fantasías mucho más asombrosas que si comenzara espontáneamente a bailar”. Lo que se pone a bailar en este libro de Canton es, antes que la mesa, el lenguaje.

La cosa como excusa para escribir y los discursos sobre las cosas como un telón de fondo hecho de géneros parodiables pronto se revelan motivo profundo del texto, que empieza en definición (“La mesa/ se compone/ de una tabla/ horizontal/ o piedra/ –caso del dolmen–/ colocada/ a cierta altura/ sobre el piso/ y tres, cuatro/ o más patas/ que la sostienen/ excepcionalmente dos/ (por lo común/ de uso religioso)/ acaso una”), rápidamente deriva en invención jocosa (“Hubo una época/ de oro de la humanidad/ en que/ gobernaban las mesas/ llamada mesocracia”) y, hacia el final, pega un salto asociativo, al borde de la glosolalia, de disfrute lingüístico, en los versos posibles del místico hipotético Martín de la Cruz: “la mesa renace/ trasmuta/ reintegra/ florece/ se expande;/ la mesa es/ chupete/ churrasco/ charada/ tornillo/ cantina/ remate/ benjuí”.

No sería arriesgado pensar que solo puede haber dos tipos de lectores para la mesa; aquellos más solemnes, que se verían exasperados por el chiste incansable de jugar con las palabras; y otros que, un poco menos solemnes, entran en “el juego de la mesa”, se les queda pegado el fanatismo mesiánico, y la lengua se les vuelve mesa, de tanto nombrarla y leerla por todas partes.

La obra incansable de Darío Canton, que tiene la extensión y la forma de su vida (como lo testimonian los siete tomos de De la misma llama, que abarcan la vida del autor desde 1963 hasta 2016, en una torsión continua del poema sobre el contexto histórico y la autobiografía), merecería una columna aparte; pero valga la reedición de la mesa para constatar que la expresión poética llevada hasta sus últimas consecuencias no excluye el humor (al contrario, de él se nutre).

En una época en la que la risa pareciera limitarse al cinismo y la ironía, el humor del lenguaje y en el lenguaje que desarrolla Darío Canton (Nicanor Parra de estas pampas) recuerda una veta poética de amplia expresividad e invención, una creatividad libre, desacartonada, que se ve poco en la literatura contemporánea.

La mesa, Darío Cantón. Zindo y Gafuri, 128 págs.